Traducción al español: Kalman Gabay
Esta es la maravillosa historia del manuscrito más antiguo de la Biblia, el diamante de la corona.
Como corresponde a quien refleja en sus páginas la epopeya bíblica plena de drama y misterio, su historia también está compuesta de innumerables tramas y giros sorprendentes. La Festividad de Simjat Torá nos brinda la magnífica oportunidad de conocer la fascinante historia del “Keter Aram Tzuva”, (La Corona/Códice de Alepo), la edición más antigua del Libro de los Libros.
En 1943, un joven judío de origen alepín, llamado Ytzjak Shamush, fue invitado a presentarse en las oficinas del directorio de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Emocionado por la invitación, llegó a la sala en la cual estaban dos personajes de alto rango de la cúpula sionista – el Presidente de la Universidad, el Sr. Yehudá Magnes, y el Sr. Ytzjak Ben Tzvi, miembro del Ejecutivo de la Agencia Judía.
Ambos, rodeados de un aura misteriosa de secretos, le confiaron al joven una misión extremadamente importante: cruzar la peligrosa frontera del Líbano y, bajo una identidad falsa, subir al tren que lo conduciría a su ciudad natal, Alepo, en Siria. Allí, él debería convencer a los líderes de la comunidad judía que le permitan llevarse el manuscrito más antiguo y raro de la Biblia, conocido como el Keter de Aram Tzuva (Corona / Códice de Alepo – Aram Tzuva es el nombre antiguo de Alepo) y traerlo a Jerusalén.
Ytzjak Shamush, descendiente de una distinguida familia alepín de alta alcurnia, salió del encuentro profundamente emocionado. Su hermano más joven, el escritor Amnón Shamush, relata en sus memorias cómo Ytzjak se debatió durante días y noches, si debía asumir la misión que le fuera encomendada. Por un lado, estaba agradecido de que personas tan importantes le concediesen a él, una persona simple, el privilegio de participar en el esfuerzo sionista de concentrar los bienes espirituales del Pueblo Judío en Eretz Israel. Por otro lado, como padre de dos hijos y como hijo de su madre viuda, era consciente de que el viaje estaría plagado de inconvenientes, sería sumamente peligroso y podría costarle la vida. Además, la posibilidad de que los líderes de la comunidad de Alepo se prestaran a darle el manuscrito, era prácticamente nula. De niño, creció bajo la advertencia que aparece en la primera página del antiguo manuscrito: “Sagrado para Dios, no se venderá ni se redimirá por los siglos de los siglos. Bendito sea el que lo cuida y maldecido el que lo robe y maldecido el que lo compre”. Estaba prohibido mover el Códice de su lugar bajo ninguna condición. Eso también lo sabía Ytzjak por la leyenda que se transmitía de padres a hijos, de que el día que se saque el Códice de Alepo de la ciudad, ésta sufriría de calamidades y sería destruida.
A pesar de ello, Ytzjak puso su vida en sus manos y partió. Cruzó la frontera del Líbano y desde allí siguió en tren hasta Alepo. Pocos días más tarde, se presentó ante el consejo de la comunidad y transmitió el pedido. El comité, compuesto por ancianos y sabios de la comunidad, recibió a Ytzjak con el debido respeto, pero después de acalorados debates que llegaron a tonos subidos, la decisión de los líderes de la comunidad fue clara y firme: el Códice, conservado en una caja de metal oculta en uno de los siete salones de la antigua sinagoga, “Sala El Profeta Eliahu”, no se movería de su lugar.
Un grupo de cultos jóvenes de Alepo, de la misma generación y antiguos amigos de Ytzjak, se enfurecieron con la decisión, porque entendían que el lugar del Códice de Alepo no era nada seguro en su ciudad. Ellos le propusieron a Ytzjak un programa para obviar la decisión de los líderes de la comunidad: “Tú nos dices el número del furgón y de tu compartimiento en el tren, y lleva contigo en lugar de tu maleta personal, una maleta grande y vacía, y nosotros te traeremos el Códice, cuyo lugar seguro está en la Santa Jerusalén”. Ytzjak, que tenía presente las advertencias escritas en la primera página del Códice, no se tentó. “No lo sacaré robándolo”, les respondió enfáticamente.
Cuando regresó a Israel, les transmitió a Ben Tzví y a Magnes la decepcionante noticia. Hasta su último día no olvidará la respuesta de Ben Tzví que partió su corazón: “Es una pena que enviamos a una persona honesta”, dijo quien sería años más tarde el segundo Presidente del Estado de Israel.
Ben Tzví era un judío ateo que no creía en las supersticiones y en los mitos distópicos. Lo que tenía en mente era su deseo por el conocimiento y el valor cultural de la empresa sionista en su afán por la concentración de manuscritos hebreos en la naciente patria del Pueblo Judío. Como escribió el periodista Mati Friedman en su libro “El Misterio del Códice de Alepo”, Ben Tzví tenía “obsesión por los antiguos libros de Oriente”. De hecho, ¿qué es más valioso que el diamante de la corona, sino la corona misma?
La historia del nacimiento del Códice de Alepo comienza cientos de años después de la destrucción del Templo (70 DC), cuando los sabios de Tiberíades se reúnen para editar la versión más confiable del texto bíblico. El proyecto, que se prolongó por decenas de años, a través de los cuales recopilaron y editaron las tradiciones que se transmitían oralmente, concluyó con un libro al cual se lo llamó “la corona” – el texto sobre el cual se basarían todas las copias de la Biblia desde ese momento en todo el mundo.
La corona, así como el pueblo al cual pretendía preservar y dirigir, sufrió muchas dificultades. A comienzo del siglo XI, el documento fue transferido de Tiberíades a la comunidad caraíta de Jerusalén. Allí, en 1099, fue robado por los cruzados, que lo pusieron a la venta. Las noticias de Jerusalén llegaron a la acaudalada comunidad judía de El Cairo. Recaudaron una suma de dinero considerable y lo redimieron. Esta fue la primera vez que se violó el juramento que figuraba en las advertencias “No redimirás”.
En Egipto, el Códice fue la única edición en la cual se confiaba Maimónides para escribir su importante código de leyes: “Mishné Torá”. Alrededor del Siglo XIV, David Bar Yehoshúa, nieto del biznieto de Maimónides, se trasladó a Alepo (Aram Tzuva), en Siria, y llevó el Códice con él. Nadie sabe por qué causa Bar Yehoshúa decidió sacar el documento de su lugar y transgredir el juramento por segunda vez. Una de las hipótesis alega que, en ese tiempo, el imperio mameluco conquistó Egipto y David Bar Yehoshúa quiso sacar el Códice de la zona de peligro. De cualquier manera, el Códice de Alepo se guardó durante cientos de años dentro de un cofre de hierro, colocado en una especie de nicho en la antigua sinagoga de la ciudad. A su llegada a la ciudad, se convirtió en el brillante de la corona de la comunidad judía, y de ese momento surgió la leyenda que el día que el Códice deje la ciudad, ésta será destruida.
Avanzamos en el tiempo hasta el 1 de diciembre de 1947. Tras la Resolución de la ONU del establecimiento de un Estado Judío en Eretz Israel, se desatan disturbios en la ciudad de Alepo y la muchedumbre incendia todas las sinagogas de la ciudad. Poco a poco, trascienden los trágicos rumores de que en la antigua sinagoga encontraron el cofre en el cual estaba el Códice, rompieron el candado y las hojas se dispersaron en todas las direcciones. La terrible noticia llegó a los oídos del gran erudito bíblico, Prof. Moshé David Cassuto, quien publica un artículo en el periódico Haaretz, en el cual expresa su pesar por la “corona” perdida y se despide del documento. Años más tarde, el escritor Amnón Shamush relatará cómo su hermano Ytzjak entró en la casa con el periódico en la mano y se lo leyó a su esposa, sosteniendo la cabeza entre sus manos, y dice llorando: “¿Qué hice? ¡La “corona” se quemó y ya no existe más! ¡Hice algo que no tiene perdón!”
Algunos meses después de los disturbios, inmigrantes judíos de Alepo relataron que, contrariamente a lo que fue divulgado, el Códice no se había quemado ni se había perdido. Los líderes de la comunidad fueron los que divulgaron los rumores, para engañar a los depravadores y que los árabes no busquen el Códice y no lo damnifiquen. No pasó mucho tiempo hasta que comenzaron a llegar señales de la desgarrada comunidad de Alepo, de que el Códice estaba escondido en un lugar seguro. La noticia trajo la tranquilidad deseada al alma perturbada de Ytzjak. Pero entonces, se hizo la siguiente hipotética pregunta: ¿Si lo hubiera sacado robado con la ayuda de los jóvenes de la comunidad, y cuatro años después hubieran estallado los disturbios – acaso nadie no hubiera pensado que Ytzjak Shamush se llevó el Códice y trajo las calamidades por sus propias manos?
Finalmente, en el segundo día del mes de Shvat de 5718 (1958), después de más de diez años de su desaparición, y después de una misión secreta que duró casi medio año, llegó el Códice a Jerusalén. Su salvador fue Mordejai Ben Ezra Pajam, un judío de Alepo, de nacionalidad iraní y que fue expulsado de Siria. Antes de partir, Mordejai recibió secretamente el codiciado libro de manos de los líderes de la comunidad, para que lo lleve clandestinamente a Israel. La familia Pajam partió de Alepo en dirección a Estambul, con destino final: Israel. Entre sus pertenencias, dentro de una vieja máquina de lavar ropa, fue escondido el manuscrito. Sarina Pajam, esposa de Mordejai, relata así los acontecimientos que se sucedieron: “El Códice estaba dentro de una bolsa de tela. Encontré un retazo de tela blanca y con ella envolví el documento. Lo até y lo puse dentro de la máquina de lavar ropa y, por encima, una bolsa con granos, cebollas y ropa”.
Por alguna razón, cuando llegó a Israel, la “corona” dejó de interesar a los líderes del sionismo, ocupados con la política, el poder y otros asuntos “terrenales”. Como todas las grandes amadas en el transcurso de la historia, el caballero cruza continentes para alcanzarlas, pero cuando ha terminado la búsqueda, pierde su sentido, y así ocurrió con el Códice. Simplemente fue olvidado y descuidado. El manuscrito estaba en malas condiciones debido a su trajín de escondite a escondite, de una mano a otra mano, y durante diez años permaneció como un artefacto inútil en el Instituto Ben Tzví, llamado así en nombre de la persona que incansablemente se empeñó en traerlo a Israel.
Durante casi treinta años estuvo el Códice almacenado en los depósitos del instituto, dentro de un armario, envuelto en la tela. La falta de mantenimiento adecuado, provocó daños a los restos de este valioso manuscrito, y algunas partes del documento se volvieron ilegibles. Ytzjak Shamush, que sentía su alma ligada con esta antigua escritura, se empeñó en cambiar su situación, pero fue en vano y no encontró quién escuchara su reclamo, aunque recurrió a las más altas esferas del país. Ytzjak falleció a la edad de 55 años.
Quien corrigió este error histórico, y trajo a conocimiento del público en general la importancia del Códice, fue su hermano, el escritor Amnón Shamush, que escribió la novela “Mishel Ezra Safra y sus hijos”, que cuenta la historia de la “corona”. El libro fue adaptado a la televisión a principios de la década de 1980. La exitosa serie televisiva que lleva el mismo nombre del libro, fue transmitida por el único canal de televisión que existía en aquella época y, con los años, adquirió una envergadura histórica y mitológica. “La novela de ficción la escribí con mi cabeza llena de recuerdos e informaciones sobre la comunidad judía de Alepo”, dijo Shamush, “En los años 1970, durante los cuales escribí la novela, en dos partes, yo sabía sobre el manuscrito gracias a los rumores que se sucedían y a los acontecimientos que me relataba mi hermano, z”l. No investigué ni comprobé los hechos. No pensamos entonces cuán grande es la confusión entre la verdad histórica y la especulación de la ficción”.
En 1986, el círculo se cerró. El Códice de Alepo fue devuelto a Jerusalén y está ubicado en el lugar que le corresponde y le honra, en el imponente edificio del “Santuario del Libro”, en el Museo de Israel. En contrapartida, la ciudad de Alepo se convirtió, por causa de la guerra civil en Siria, en un símbolo de crueldad, destrucción, matanza, sufrimiento y hambre. La UNESCO reconoció al Códice de Alepo como un Bien Cultural de la Humanidad en 2016. Amnón Shamush aún escribe, aunque perdió la vista en los últimos años. Tiene 88 años de edad.